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jueves, 3 de febrero de 2011

Elvis....

.LAS HISTORIA DEL SEXO…………..

Mi historia sexual, según tengo memoria, comienza allá por los seis años. Me vienen recuerdos de lo que podríamos llamar fantasías sexuales a través de las que creo tenía mis primeras erecciones. Era algo muy placentero, sentía como que algo se me subía a la cabeza, pero no lo podía manejar muy bien. La búsqueda se basaba en transgredir, que por ese momento eran cosas como imaginarme que por alguna catástrofe climática (gran temporal), nos teníamos que quedar en cuarentena en la escuela -todo cerradito, bien seguro-. Entonces, por un lado, se iba acumulando la materia fecal en los baños, venía una limpiadora y decía “esto es un asco, qué barbaridad” y, por el otro, creo que ya un poco más grande, era una forma segura de estar todo el tiempo junto a las chicas que me gustaban. Otra transgresión, relacionada con la pulcritud, era levantarme a la noche, descalzo, ir hasta la cocina y comer ansiosamente, o tomar un vaso de leche fría, como lo hacía mi papá, que ahora que lo pienso era justamente el típico refrigerio que él siempre se tomaba luego de tener relaciones (leche, agua). Ahí me venía una erección.
Pero entonces mi madre me lleva al pediatra. Cuando el médico me desnuda, empiezo a tener una erección y él me lo remanga. Todavía no tenía todo despegado el cuerito, entonces ciento un intensos dolores y me asusté. Recuerdo que me quedó doliendo por un tiempo.
Después, cuando creo que tenía 9 años, mi amigo el gordo Néstor, en verano, de vacaciones en el barrio, me empieza a comentar el tema de que el hombre y la mujer se unen, se buscan y me explica de un modo que no pude entender bien cómo era una penetración. Creo que al mismo tiempo que me contaba la penetración y el tema de la relación sexual me explicaba también el tema de la virginidad y no terminaba de entender. La paradoja era la mezcla de dolor y placer. Y por supuesto, el usar los órganos de desecho para “eso”. Me resistía a creerle, porque era algo que en casa no me habían enseñado. 

Quedé muy confundido y turbado, y después de un tiempo lo hablo con mi vieja. No sé bien cuánto pasó, por ahí incluso fue el mismo día. Grande fue mi sorpresa cuando mi vieja quedó como descolocada, yo le fui con algo como “mira la boludez que me comentó el gordo” pero ella no es que se murió de risa y me dijo “qué boludez!”. A partir de ahí ella me comienza a dar educación sexual. Mi viejo, ausente total, como siempre lo ha sido conmigo en este tema.

El asunto es que mi vieja me educa sexualmente pero de una manera tal que las cosas quedaron como si fuesen un tema tabú, un tema de grandes, un tema que definitivamente no me resultaba placentero. Por lo tanto me fui mentalizando inconscientemente, creo yo, en que así era el relacionamiento con las mujeres. Ese conflicto siempre me quedó. Recuerdo que durante una charla con mi vieja - que llegó virgen al matrimonio- le pregunto “¿y qué sentiste?” (Curioso para ver lo bueno que era) y me responde: “dolor”. Un desastre. ¿Cómo me va a gustar algo que genera dolor, en mí y en mi pareja? Entonces venía a mi habitación y me decía “por ejemplo tu primo Alberto ya tiene relaciones sexuales, con sus amigas”. Y yo no terminaba de confundirme. Por un lado mi primo Alberto tenía “licencia”, por el otro con “amigas”, no con una novia, y ella se casó virgen... ¿Y yo cuándo tendré licencia? Otra vez charlo con mi vieja el tema de que podría ser placentero pero estaba el riesgo del embarazo, y me dice que para eso usan preservativos, a lo que yo le digo "pero se pueden pinchar" y ella me dice “y, algún riesgo tienes que correr”. Otra vez, correr riesgos para algo que te duele, algo que hay que hablar en secreto. Había en su discurso una postura de que el sexo es tabú más que placentero.

Ahora veo que me jodió mucho, pero mucho, el no haber podido hablar con mi viejo.  Mejor dicho, el que mi viejo no haya querido nunca, hablar de sexualidad conmigo. Recuerdo que, cuando ya tenía 15 años, o 14, entre los chicos nos comentábamos cosas como los “aprietes”, “y nos fuimos al parque y nos chuponeamos”. En realidad yo tan sólo escuchaba y gesticulaba con la cara como si también tuviese experiencia. Entonces un día, sin muchas esperanzas, lo agarro a mi viejo y le pregunto “che, papá, cuando vos invitas a salir a una chica, que haces?” “Y, la sacas a pasear, van a tomar un helado”. “Ah, y nada más?”, “Y... salen a pasear, van al cine” “Y nada más?” “Y... la llevas a bailar”, “Bueno, gracias”. Está claro que fue un intento, el único que yo recuerde, que tuve de pedirle a mi viejo “papá, por favor, no me animo, veo que los chicos andan con chicas, las aprietan, las chuponean, pero yo no encuentro la forma, no me animo, no sé qué decirles, cómo decirles para que se arreglen conmigo, no me animo a decirle de ir al parque y apretarla.
Después viene mi adolescencia. Recuerdo la primera clase de educación física en el primer año del colegio secundario. Todos juntos en las duchas muertos de risa, a los gritos, masturbándose. Yo estaba totalmente desorientado o, mejor dicho, asombrado. Definitivamente no se me paró. Por el contrario, se me encogió, al punto de que me quedó un "conito chiquitito" todo arrugado que era la piel del pene. Y veía los "terribles aparatos" de los que se estaban masturbando o que sin hacerlo lo tenían casi tan largo como cuando a mí se me paraba (yo desde ese momento supe que mi problema era que tenía el pene “retráctil” y ellos no, porque el largo de sus penes erectos era como el mío cuando lo tenía erecto). Sentí que me miraban con sonrisa socarrona, me llamaban para que los mire de frente, y luego se reían entre ellos. Al fin el “traga” de la división tenía algo en lo que no era bueno, era un “maní quemado”. Recuerdo que un compañero que había hecho la primaria conmigo viene a mi lado y me dice “pero Ricardo, tienes un petilín”. 

Fue terrible. Por más que después comencé con la masturbación en las duchas como los demás, el trauma del pito corto nunca me abandonó. Todavía hoy lo tengo. A partir de esa experiencia y el no poder charlarla con mi viejo, mucho menos con mi vieja, y no me animaba a charlarla con mis amigos, me quedó eso de que la tengo demasiado corta como para encarar a una mina. “Ponerle que me la levanto, la llevo a un parque, la chupones y todo. Algún día la va a ver tan chiquita que se va a cagar de risa, o no va a sentir lo mismo que con Héctor o Fernando”. Y entonces llegaba a casa, me ponía frente al espejo y me decía “pero no es tan chica, no es chica”. Y así comencé a masturbarme, masturbarme y masturbarme. Como todo adolescente. Después comencé a eyacular y ahí empecé a sentirme más hombre. Pero igual el tema del pito corto ya lo tenía tan incorporado que aún así no me animé a encarar chicas. 

A todo esto mi vieja seguía asentando la confusión. Un día que andaba medio tonto le digo que la pomada del acné me traía ojeras y me dijo “lo que pasa que a los adolescentes habría que atarle las manos... no me hagas hablar!!”.  Otra vez, tratando de hacerse la piola, me muestra que había manchas en mis sábanas que no salían. Eran obviamente manchas de semen mío. Pero el tema era el tono con que me lo decía. Buscaba que me sintiera culpable.

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