Autora Ynosencia Frías Lene
Nuestra unión con nuestra madre se remonta a los primeros estadios de la vida. Ya en su seno tenemos gestos de agrado o desagrado a los sabores que nos llegan de su cuerpo. Nos tranquilizamos o inquietamos a su compás. Y no sonreímos hasta que, una vez nacidos, vemos su rostro mirándonos con cariño. Esta es nuestra primera respuesta al reconocimiento personal, aunque no lo sepamos entonces. Y con esa mirada de afirmación, es como despertamos a la vida consciente.
Este vínculo afectivo materno-filial
tiene una raíz biológica y personal tan profunda que condiciona nuestro modo de
sentir e incluso la toma de decisiones.
Cuanta mayor seguridad tenemos en
nuestro vínculo con mamá, más proclives somos a ensayar cosas nuevas y a asumir
riesgos, efecto que perdura hasta la edad adulta. La mera evocación de una
caricia de la madre o su voz por teléfono bastan para cambiar el estado de
ánimo y las opiniones de los hijos”.
Así
son las madres sobreprotectora y amorosa que siempre están hay para sus hijos
no importa tal cual sean ellos, ellas tratando de enseñarle buenos valores
sembrando amor ternura y bondad.
Las madres piensan que un hijo está preparado para verla morir a ellas, más
una madre no está preparada para ver morir a un hijo.
Gracias mama por traerme a la vida por tus noches en vela, por tu amor y calor
por estar siempre para mí.
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