Una joven fue a ver a su madre. Le contó sobre los
momentos que estaba viviendo y lo difícil que le resultaba salir adelante. No
sabía cómo iba a hacer para seguir luchando y que estaba punto de darse por
vencida y abandonar todo..
Su madre le pidió que la acompañara a la cocina.
Llenó tres ollas con agua. En la primera colocó zanahorias, en la segunda
huevos y, en la última, colocó granos de café molidos. Sin decir una palabra
esperó que el agua de las ollas empezara a hervir.
Retiró las zanahorias y las colocó en un
recipiente. Hizo lo mismo con los huevos. Luego, con un cucharón, retiró el
café y también lo puso en otro recipiente. Dirigiéndose a su hija, le preguntó:
"Ahora dime lo que ves".
"Veo
zanahorias, huevos y café", fue la respuesta de la hija. La madre le pidió
que se acercara y tocara las zanahorias. Estaban blandas. Después le pidió que
tomara un huevo y lo pelara. Una vez retirada la cáscara, pudo observar que el
huevo se había endurecido. Finalmente, le pidió que tomara un trago del café.
La hija sonrió al oler el rico aroma que desprendía la infusión.
Entonces la hija preguntó: "¿A qué viene todo
esto, mamá?" La madre le explicó que cada uno de esos objetos había tenido
que enfrentar la misma adversidad -el agua hirviendo- pero cada uno había
reaccionado de una manera diferente. La zanahoria era dura, resistente en el
momento de haber sido colocada en el agua. Sin embargo, al ser sometida al agua
hirviendo, quedó blanda y débil. La frágil cáscara exterior había protegido al
líquido del interior del huevo. Pero, una vez hervido, el interior se
endureció. Sin embargo, los granos de café molidos eran singulares. Una vez
colocados en el agua hirviendo, fue el agua la que cambió.
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