Danitza Rojas Genao
Las escuelas templos de respeto, sabiduría y convivencia, hoy
son los escenarios en los que cada semana se desnuda la realidad social de un
país en el que los menores de edad desafiando el sistema educativo dominicano
se muestran como aprendices de todo lo negativo que tiene la post- modernidad,
desafíos que ya extrapolaron las tradicionales fugas o discusiones entre
estudiantes.
Armas blancas, cigarrillos electrónicos, tijeras, sustancias
y todo tipo de objetos y conductas lascivas a la moral es lo que se muestra,
hoy como lo hemos visto en todos los medios.
Muchos gastan tiempo ubicando en los docentes los principales
culpables, les sancionan con el dedo acusador, con afirmaciones como: y para qué
están los docentes? Olvidando que las
cámaras, los docentes y las normas de los centros resultan inválidos ante
adolecentes conocedores de las más dañinas mañas para hacer lo que quieren y
que desde su entorno van desarrollando estas prácticas.
Resulta desmoralizante trabajar con estos estudiantes que
gritan palabras obscenas, muestran conductas indecorosas y se mofan de usar
pantalones a las caderas en el caso de los varones, así como desafiando con cortes
de cabello, uso de aretes y toda clase de indumentarias que rayan con las normas
plasmadas por los centros.
Verles cómo se graban, comparten y tanguean sus hazañas en
los centros, buscando ganar view y sentirse súper estrellas hacen pensar y nos
hacemos la pregunta ¿qué es lo que se está formando en las escuelas dominicanas?
Las obscenidades que muestran hablan de chicos y chicas
expuestos a la violencia, desobediencia y pornografía, es importante recordar
que en todos estos estadios se
muestran con sus uniformes, los mismos que el estado les otorga y que son
pagados con los impuestos de quienes solventamos la economía del país, se les
ve alegres y poco interesados en las consecuencias de sus actos, al verles tan distorsionados
en sus actuaciones muchos se cuestionan y la familia de estos chicos? En su
gran mayoría son hijos de los que salieron a buscar un mejor futuro trabajando
en otros países o en zonas costeras, algunos asumidos por los abuelos, ya
agotados que cual criadores de aves del coral les alimentan y una que
otra vez les le hacen una tímida caricia.
Este desorden que se evidencia a nivel nacional no es solo
responsabilidad de las familias, menos de quienes conforman el minerd: es el
resultado de estamentos estatales ausentes o mal instrumentados en los que se
carece de personal y recursos para sacar de cuajo estas inconductas que hoy son
de menores en un centro educativo y en algunos años serán de adultos en
fiscalías y cárceles.
Es momento de unirnos para juntos iniciar la revisión del código del menor que data del 2003, uno previsto
para menores de la generación z que tenían menos acceso a la tecnología y todas
las cosas que conlleva, que ha sido olvidado y resulta poco práctico para las
necesidades sociales actuales. El código es el único instrumento que puede dictar
normas sobre qué hacer para reeducar esta sociedad que de forma libre a ahogado
a estos chicos en letras lascivas, misóginas y que impulsan un acercarse a una sexualidad
desinhibida, obscena e irresponsable.
Los casos de las escuelas públicas no son exclusivos de estos
centros, son un tema nacional un problema de todos, esos hoy menores
descontrolados serán los habitantes de la sociedad mundial y si no se dictan
pautas serias, serán los que dañarán a otros ciudadanos en unos años.
Un código del menor que imponga sanciones fuertes a los
padres de menores embarazadas, menores en la vía publica en horario nocturno o
en bares, uno adecuado a estos tiempos en los que portar un cigarrillo
electrónico es un lujo y es una forma de demostrar libertad lamentablemente en
vez de portar un libro.
No es que la sociedad cambió la única causa, el no tener como
país un régimen de consecuencias real y con una aplicación posible es lo que
nos está matando como sociedad y que nos brinda cada vez mas escenarios de
menores traspasando límites.